Tao

EL Iceberg 1ª parte

En el polo norte un iceberg contemplaba gozoso la maravilla de la naturaleza. Las animales a su alrededor, sobre su gran superficie helada y por debajo de él nadando con gran elegancia. El se sentía un privilegiado, incluso algo superior ya que al contrario que los animales no tenía necesidad de cazar para alimentarse. Sólo observaba y disfrutaba del calor del sol y de las placidas aguas que le alimentaban. Gracias al sol moldeaba sus formas con una elegancia equiparable a la de la naturaleza misma. El agua le nutría y abastecía de todo lo demás.
Sin embargo tenía una pena. Era consciente de todo lo que estaba en la superficie y a veces en días muy soleados y tranquilos con las aguas transparentes podía acceder a su subconsciente(así había pensado llamarle a esos pocos metros bajo el agua) donde los peces le brindaban maravillosas escenas, sin embargo más allá, más abajo donde las aguas se tornaban oscuras, nada podía ver de la gran masa de hielo que lo mantenía a flote. A esa parte la llamaba su inconsciente y tenía la impresión de que debía de ser algo maravilloso ya que presentía que esa parte era mucho mayor, mil veces, diez mil veces mayor que su parte en la superficie, esa parte de la que si era consciente.
Un día en que su curiosidad fue mayor se preguntó que habría algo más allá, donde el horizonte se veía sin masas de hielo ni formas. Pensó que quizás allí las aguas fueran más transparentes y podría ver la parte más profunda de su gran masa helada. Además había visto a otros iceberg partir por ahí. Había oído algo de una corriente submarina pero el nunca creyó en esas habladurías. Sin embargo su curiosidad pudo más y se acercó a aquella corriente.
Fue maravilloso. Estaba viajando más allá. Se había liberado de las barreras de hielo que hasta entonces lo habían mantenido en el mismo lugar y viajaba contemplando nuevos paisajes, nuevos animales y nuevos horizontes. Era feliz.
Poco a poco observó que se alejaba de todos los demás iceberg y masas de hielo. Tuvo miedo y quiso volver pero la corriente que lo arrastraba era más fuerte que él. El miedo se convirtió en terror cuando vio que una gran masa se acercaba hacía el. Nunca había visto un transatlántico y no comprendía porque aquella masa no cambiaba de rumbo.
El choque fue brutal, él apenas sufrió. Perdió parte de su masa pero no mucho más que un verano caluroso, sin embargo cientos de personas flotaban muertas en las gélidas aguas y al poco el transatlántico se hundió en lo profundo del océano.
Él, que siempre se había creído superior por no tener que matar, ahora había matado a cientos de personas y sin saber porque. La corriente lo había llevado hasta allí. Aunque ciertamente, era él quien había decidido seguir esa corriente.
La catástrofe quedó atrás y el seguía en la corriente. No quería que le volviera a pasar lo mismo. Su superficie era demasiado grande y por lo que había visto un peligro para otros. Él sabía perfectamente que contemplando el sol conseguiría reducir su superficie a un tamaño que no pudiera dañar a los demás pero no sabía lo que sucedería con su parte más profunda. También sabía que sin superficie debería renunciar al placer de observador de cuanto le rodeaba. ¿Pero que otra cosa podía hacer?
La tarea de fundir su superficie no resultaba tan sencilla. En la medida que reducía su superficie su subconsciente salía a flote y la merma era muy lenta. Su subconsciente era mucho mayor de lo que el creía haber observado.
Por suerte la contemplación del sol le reconfortaba y disfrutaba moldeando su superficie aunque cada vez fuera más pequeña.
Un día vio a lo lejos un velero y cuando se dio cuenta de que se dirigía hacia él, el miedo volvió a invadirle. Su superficie no era gran cosa pero todavía no sabía nada de su inconsciente que según creía era mucho mayor que su subconsciente al cual todavía no había llegado.
Justo antes de llegar al velero se cruzó con otra corriente cálida y en el espacio que los separaba, al calor de la corriente comprobó que en la medida que su superficie se había convertido en apenas un cascote de hielo, su inconsciente se había reducido igualmente a un pequeño pedazo de hielo.
Con la alegría de ver pasar el velero sin ningún rasguño contemplo con deleite como él, el observador, se había fundido con el océano y ahora su percepción se había ampliado hasta alcanzar a la visión y contemplación de todo un planeta donde el agua era la vida que fluye adaptándose a todo lo que existe.