El I ching dice:
Lo suave . Éxito por lo pequeño.
Es propicio tener a donde ir.
Es propicio ver al gran hombre.
Vientos que siguen uno a otro:
La imagen de lo suavemente penetrante.
Así el noble difunde sus mandamientos
y da cumplimiento a sus asuntos.
El decía ser un guerrero pero yo nunca le vi empuñar su espada contra nadie. Cada día justo al amanecer la hacia brillar con los primeros destellos mientras ejecutada su precisa y milimétrica coreografía.
Ni siquiera en tiempos de guerra abandonó su disciplina. Recuerdo cuando nuestra ciudad fue asaltada por las tropas de nuestro “vecinos del norte”, como a él le gustaba llamarlos.
Cuando llegaron dispuestos a arrasarlo todo, sencillamente se encontraron con las puertas abiertas y casi todas las casas deshabitadas ya que la ciudad contaba con un plan de evacuación muy efectivo. No pudo evitar algunas muertes ya que la barbarie en su inercia arrasadora tardo un breve tiempo en darse cuenta que no había resistencia.
El, espero sentado a la mesa, repleta de manjares y con las arcas de su riqueza bien a la vista. Eso le salvó de la furia de los bárbaros.
Cuando todo se calmó se mostró servicial y dispuesto a ser gobernado. Dispuesto a mostrarles como podía enriquecerlos mucho más, haciendo buen uso de la ciudad y sus habitantes.
Le confiscaron la espada claro. Sin embargo al amanecer en el patio de armas el ejecutó una vez más su coreografía con su recuperada espada.Nadie sabía como y nadie se atrevió a quitársela hasta que terminó y la entregó el mismo.
Ese noche desaparecieron diez soldados y nadie supo decir como ni qué había sucedido.
Durante el día todos los habitantes que no habían podido huir, trabajaron duramente para servir a los invasores y después de una nueva noche, al amanecer, él se dirigió hacia su espada y sin prestar atención a quien la mantenía bajo custodia, lo miro directamente a los ojos mientras pasaba a su lado suavemente sin hablar, como quien hace el gesto de saludar cortésmente a su vecino todos los días y así con calma, salió al patio a ejecutar su danza. Después del momento de incertidumbre ya una vez que tenía la espada en sus manos una vez más nadie se atrevió a quitársela y una vez más la devolvió.
Esa noche habían desaparecido 20 hombres pero al no haber indicios de violencia y como nadie era capaz de explicarlo por el silencio que había reinado por la noche, a pesar de las amenazas, no aplicaron ningún castigo.
En la tercera noche desaparecieron 40 y en la cuarta 80. Todos los días él cumplió con su ritual con la espada, consiguiendo con su devolución voluntaria que lo consideraran inofensivo.
Sin embargo, los nervios se acentuaban en la medida que se acercaba la noche y en la quinta noche encerraron a todos los habitantes de la ciudad excepto al Señor y a mi en los calabozos.
Al día siguiente en el sexto día, 160 hombres habían desaparecido.
El número exacto de hombres doblándose cada día la cifra comenzó a provocar comentarios sobre magia y la intervención de los dioses que cuidaban la ciudad y sobre lo antinatural de aquel Señor que a pesar de haber sido conquistado era capaz todos los días con increíble serenidad y destreza de ejecutar una secuencia marcial digna del mayor de los maestros.
Una cuarta parte del ejército invasor había desaparecido y ese día el Señor no devolvió su espada y con ella al cinto, paseo tranquilamente por la ciudad diciendo casi en un susurro, muy suavemente, con dulzura, a todo aquel que se cruzaba en su camino:
– “ Buenos días, veo que comienzan a volver a su hogar, les deseo buen viaje, si vuelven alguna vez por aquí, serán bienvenidos. Nunca en está ciudad fuimos partidarios de la venganza. Vayan ustedes con las bendiciones de los dioses.”
Ese mismo día el general mandó ejecutar al Señor pero nadie se atrevió. Todos habían oído hablar de su maestría y antes de que algún cobarde le disparase una flecha, el Señor volvió a sus aposentos y permaneció de pie en espera, a dos metros de la única puerta de acceso, durante todo el día y toda la noche.
Aquella noche casi 200 hombres desertaron y aunque esta vez no se había cumplido el número exacto, la insurrección no tardó en suscitarse. El general quiso zanjar el asunto matando personalmente al Señor pero al llegar a sus aposentos vio como este desenfundaba su espada lentamente y retrocedió. El Señor salio lentamente al patio de armas y comenzó con su ceremonia.
Una flecha silbó en el aire, pero antes de dar en el blanco fue cortada por el sable del Señor que luego siguió con su saludo al nuevo día.
Ya para entonces lo que quedaba del ejercito se retiraba y sus capitanes no podían hacer nada, para cuando se reunieron con su general se dieron cuenta de que estaban rodeados por ciudadanos que les superaban en número.
Ante la mirada desesperada del general dispuesto a morir, el Señor lo invitó a parlamentar a solas mientras tomaban un te y después de una larga espera el general salió y se llevó a sus hombres. Nadie supo lo que hablaron.
Con el tiempo los hombres desaparecidos que después de un mal sueño habían amanecido en mitad de un desierto volvieron a sus tierras del norte hablando de magos en la noche que eran capaces de transportar a personas por el aire y que los dioses protegían a los habitantes del sur. Las habladurías hicieron el resto del trabajo para desanimar cualquier nuevo intento de conquista.
Yo fui testigo de todo aquello y cuando el Señor ya anciano me dejó para irse al encuentro del gran hombre quise saber como lo había hecho y esta es la respuesta que os puedo dar pues es exactamente la que él me dio: -“Aprende a abrir y cerrar el flujo del río que fluye bajo la ciudad, bajo cada casa y tendrás a donde ir”.
“ Reflexiona sí, pero no dudes. No te violentes, sino que suavemente y con perseverancia se disciplinado en tus creencias y cuando hallas profundizado lo bastante en los influjos perjudiciales, si no tienes fuerzas para combatirlos resueltamente, retírate a ver al gran hombre”.
Él decía ser un guerrero, sin embargo nunca derramó una gota de sangre.
El mejor guerrero es aquel que cultiva la lucidez que le lleva a la clarividencia y anticipándose vence antes de que la pelea llegue al punto sin retorno.