Tao

Ciudad Ferrata

 

Agata Ruedafierra era la locomotora más antigua del planeta performado. Había recorrido el planeta entero siguiendo a los escultores del Hierro. El pueblo nómada a quien el creador de mundos había encargado esculpir las vías ferroviarias que unieron a todas las tribus.

Para Agata Ruedafierra había llegado el momento de retirarse. Sus engranajes empezaban a desgastarse y cualquier día podrían romperse. Los escultores del hierro una vez cumplido su objetivo había desaparecido y ya no había nadie capaz de esculpir locomotoras con ruedas de hierro como las de Agata.

Los trenes modernos estaban hechos con aleaciones de metales ligeros y podían ir mucho más rápido que Agata. Cuando algún tren joven  la alcanzaba y no había posibilidad de cambiar de vía se enfadaba mucho y le gritaban que se jubilara y dejara libre la vía.

pero a donde iva ir ella si abandonaba la vía. La vía era su vida. Siempre había vivido allí.

Una mañana transitando una vía secundaria vio una señal desconocida para él, lo que le intrigo mucho ya que creía conocer todas las vías y estaciones  del planeta.

El cartel ponía:  “Ciudad Ferrata”.

Tomó esa vía que le llevó durante muchos kilómetros a introducirse en un desierto que parecía interminable. Cuando llegó a consumir la mitad del combustible paró y tuvo que decidir si seguir adelante o volver. Con lo que le quedaba de combustible podía volver a la anterior estación, pero   si seguía hacia adelante y no encontraba ninguna estación en lo que le quedaba de combustible se quedaría inmóvil en mitad de un desierto por donde no parecía pasar nunca nadie.

Confió en que si había un indicador de una ciudad, esta debería estar en alguna parte y que quien construyó esa vía en algún lugar debería haber repostado.

Siguió y mucho más adelante con gran pena tuvo que deshacerse de sus antiguos vagones para eliminar peso y poder avanzar más kilómetros.

Al final de una cuesta interminable, apareció en un valle y a mucha distancia una gran montaña. No se distinguía bien pero bien podría ser Ciudad Ferrata.

Apenas le quedaba combustible para un par de kilómetros por lo que cerró el depósito y se lanzó cuesta abajo, a tumba abierta co la esperanza de que los frenos aguantaran y no descarrilara.

Con las ruedas al rojo vivo que parecía que iban a fundirse alcanzó la base de la montaña y la puerta de entrada de la ciudad donde ponía su nombre: “Ciudad Ferrata”

Agata Ruedafierra entendió el nombre. El camino de acceso a la ciudad era un estrecho sendero construido con hierros clavados en la roca y cables por los que ninguna locomotora podría acceder. Era un camino para ese tipo de humanos escaladores de montañas que alguna vez había visto en sus viajes.

Con el poco combustible que tenía abandonó la vía y siguió un sendero que rodeaba la montaña y con una inclinación moderada que le permitía avanzar.

El camino era tan estrecho que sus puertas chirriaban al roce con la pared de la montaña y las ruedas exteriores a veces solo se apoyaban en la mitad de su superficie. El miedo bloqueaba sus engranajes, pero ¿Qué podía hacer? Ya no había marcha atrás.

 

En la tercera vuelta a la montaña y a 600 metros de altura. ¡Qué sorpresa! En mitad del camino con las piernas bien apoyadas y los brazos en jarras apareció un escultor de hierro. Uno de aquellos que se suponía habían desaparecido del planeta, hacía muchos siglos.

El escultor le saludo como si conociera a Agata de toda la vida. Le explicó que sino quería despeñarse no podía continuar por ese camino pero que si tantas ganas tenía de llegar a la cima podía entrar en el túnel que entraba al corazón de la montaña unos metros más adelante. Por allí tampoco, encontraría un camino apropiado para una locomotora, pero en el centro de la montaña se encontraban las forjas de los escultores de hierro.

Si estaba dispuesta a cambiar, él le podría ayudar en la transformación.

El tunel era oscuro y no se veía luz alguna. Agata Ruedafina era la locomotora más antigua del planeta. No tenía focos de luz como los modernos tranvías. Recordó sus primeros tiempos cuando viajaba con Alikate Locomotoro. Su inseparable maquinista hasta que dejó este mundo. Alikate se ponía de pie en el guardachoques delantero. Agarrándose con una mano y estirando la otra hacia delante con una antorcha para prevenir que no hubiese nada en la vía. Los túneles eran oscuros y peligrosos en aquellos tiempos en los que la electricidad no llegaba a todas partes.

Con la esperanza de llegar al centro de la montaña Agata siguió a ciegas. En la más absoluta oscuridad se quedó parada sin combustible. Al principio grito, peleo por mover toda su pesada maquinaria, trató de imaginar mil maneras de salir de allí y avanzar pero al final tuvo que rendirse a la evidencia. Nunca saldría del túnel.

No sabía cuanto tiempo había pasado en silencio cuando escuchó una voz y el escultor de hierro se le apareció delante. Estaba en el corazón de la montaña. La sensación era extraña como en un sueño. Su vieja y pesada máquina no le acompañaban. Solo era una idea.

-¿Has venido por fin? le dijo el escultor de hierro.

  • ¿Donde estoy? ¿Quién soy? Le preguntó Agata.
  • Estás en el corazón de tu alma. Donde no eres nadie, solo eres. Aquí puedes elegir quedarte en este mundo, en este planeta y volver a ser una nueva versión de Agata, aunque tendrás que confiar en mi y mi pericia como escultor. También puedes elegir ir hacia aquella luz y elegir ir a otros mundos donde yo no  puedo saber en quién o qué te transformarás.

Agata eligió quedarse en el planeta. Quería conocer Ciudad Ferrata. El escultor le invitó a volver al silencio que le había llevado hasta el corazón de su alma para que el pudiera trabajar y llevarla hasta la ciudad.

Agata una vez más no supo cuanto tiempo había estado en silencio hasta que el tañido de una campana le despertó.

A su alrededor había mucha gente. Podía oír los traqueteos y el lenguaje de los trenes. Podía sentir los engranajes moviéndose en su vieja máquina, pero no podía moverse. Estuvo todo el día observando el ir y venir de las gentes sin descubrir quién era o que era, hasta que se vio reflejada en la lente de un turista que lo fotografiaba.

El escultor había devuelto a la vida a la locomotora, transformándola en el reloj de la estación de Ciudad Ferrata.