Como todas las mañanas desde hacía 15 años, Rafael salió de su casa con su impecable traje gris, su camisa blanca recién planchada, la corbata perfectamente anudada, los zapatos relucientes y los rizos perfectamente engominados, para ir a trabajar.
Como todas las mañanas desde hacía 15 años, saludó al portero: “Buenos días, Sebastian”. Compró el periódico en el kiosco de Santiago, tomó café en la pastelería de Rosario y cruzó el paso de cebra hacia su coche. Se montó, arrancó y se dispuso como tooodos los días a recorrer las 10 calles que le separaban de su oficina.
Transitó la primera recta y al dar la curva vio un cartel enorme que decía: “ Roma, 1596 km”. “Uy- exclamó para sí mismo- ¿Desde cuándo está ahí ese cartel? Continuó por esa calle mirando de un lado a otro. “¿Era la misma calle de todos los días???
En la siguiente curva había otro cartel que decía: “Roma, 1595 km”. Y también en la siguiente y en la otra. ¿Desde cuándo estarían ahí esos carteles? ¿o acaso haría mucho tiempo que no se fijaba???
En cada esquina, en cada curva, todos los caminos indicaban dirección a Roma.
Empezó a dar giros: giros de 180º, de 360º, giros sobre sí mismo. ¡¡Todos los caminos llevaban a Roma!!. Y ya no sabía en qué calle estaba. Después de un rato de dar vueltas sin sentido y aún sin despeinarse, con el traje impecable, la camisa planchada, la corbata perfectamente anudada y los zapatos relucientes, decidió seguir uno de los caminos.
Faltaban apenas 3 minutos para la hora de entrar al trabajo. En 15 años no había faltado ni un día y jamás había llegado tarde. Se aflojó un pelín el nudo de la corbata. Comenzó a circular por el camino que había escogido. Entonces vio un cambio de sentido. “Esta es la mía”. Pero ¡no! El camino seguía indicando Roma. Y así, circulando, circulando, llegó a Roma.
Ya allí dio unas cuantas vueltas… Pasó por el coliseo, por la fontana de Trevi, volvió a pasar por el coliseo, vio las catacumbas, la columna de Trajano, el coliseo, el panteón… otra vez de coliseo….. Uffff. ¡Cómo sudaba! Y apretando un poco los puños y los dientes, en volumen bajito aunque nadie le pudiera escuchar, expresó: ¿qué diantres hago yo en Roma? Si yo no quiero estar aquí”.
“Pero claro, si todos los caminos llevan a esta ciudad, ¿cómo salgo de ella?”
Pues deshaciendo el camino que ya he hecho- se dijo a sí mismo. Comenzó a hacerlo. Pero no había manera. Todos los caminos le conducían de nuevo hacia adentro.
Entonces decidió caminar hacia atrás, desandar el camino que había hecho circulando marcha hacia atrás. Así no podría ver los indicadores. Y de repente, se chocó con una pared. Al mirar hacia atrás le pareció ver un cartel que decía: “Sal si puedes”.
En ese momento se quedó completamente quieto. Sin caminar por ningún camino. Aún dentro del coche, lloró y pataleó durante un buen rato. Se arrancó la corbata y la tiró al suelo. Se quitó la chaqueta y la lanzó al aire. Se desprendió de la camisa blanca impoluta. Se metió las manos entre el pelo y dejó que los indomables rizos se volvieran locos. Tiró los zapatos y salió del coche. Comenzó a correr hacia ningún lado, mientras gritaba y se carcajeaba…hasta que se topó con el mar y se lanzó al agua. ¡Qué sensación de libertad! Por primera vez en mucho tiempo estaba dispuesto para crear su propio camino. Rafael había descubierto que uno no puede salir de Roma pero Roma si puede salir de uno.
KRIS