Tao

El espíritu fantasma


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Cuando lo conocí no imaginé que mi vida pudiera cambiar tanto. Es cierto que el espíritu fantasma me tenía atrapado en una espiral de dolor y sufrimiento que no me dejaba vivir y  todo a mi alrededor me pedía un cambio de costumbres.

 

Era el año 2.121. Las enfermedades del siglo XX gracias a la nanobiotecnología habían desaparecido y la única enfermedad llamada popularmente espíritu fantasma, no era reconocida por los gobiernos como enfermedad.

 

Aquellos que como yo, ocupábamos puestos de poder económicos, podíamos acceder a la tecnología más allá del paquete básico que se implantaba a toda la población al nacer.

 

Quitando las roturas y golpes que los cirujanos se dedicaban a cortar y pegar el resto de enfermedades eran reguladas por este programa básico de nanobios que podían detectar cualquier anomalía química y restaurarla en pocos minutos.

 

Los que podíamos pagar, podíamos aumentar a voluntad y sin límites nuestras capacidades olfativas, acústicas, visuales y físicas en general de manera que mientras la población trabajadora era cada vez más uniforme y sin personalidad, a la vez que eficiente, gracias al paquete básico, nosotros podíamos diseñar el cuerpo perfecto según nuestras preferencias.

 

Por supuesto había una ley que regulaba todo esto pero como bien decía Bi-Otz Sagastume, el personaje al que debo agradecer mi vida, tal cual es hoy y de quien me gustaría contar su historia: -“ todo esto dependía del grosor de tu talonario”.

 

Y sin embargo, a pesar de toda la tecnología de nanobíos que podía implantarme en el cuerpo, el espíritu fantasma no hacia distinción entre ricos y pobres. El 90 % de la población lo padecía en mayor o menor intensidad y cuando te atrapaba ya no te soltaba. El gobierno que no podía admitir ante la población que su programa de salud de nanobios era un fracaso, investigaba constantemente en secreto para paliar los efectos del espíritu fantasma; que  no solo recibía dicho nombre porque no existía oficialmente, sino porque sus síntomas aparecían y desaparecían sin seguir ningún patrón, ni ciclo, ni causa reconocible. Un día no podías levantarte de la cama, otro estabas hiperactivo con todo tipo de convulsiones y tics que no podías disimular, otro con fiebres que iban y venían y que volvían locos a los nanobios encargados de mantener tu temperatura estable. Los síntomas abarcaban casi tanta variedad como personas diferentes lo tenían.

 

La primera vez qué escuche a Bi-Otz, fue en una conferencia que el título decía:  “El espíritu fantasma: el esclavismo del siglo XXII”  y sus primeras palabras después del buenas tardes de rigor, fueron: “- El espíritu fantasma no tiene cura” y los cinco minutos siguientes se quedó en silencio, sonriendo y mirándonos.

Los murmullos y comentarios fueron creciendo mientras la impaciencia hacia mella en nuestra perplejidad y sorpresa ante el silencio de un conferenciante que parecía haber acabado su conferencia con una sola frase.

Por fin, alguien se atrevió a preguntar: ¿ Es por ello, qué usted afirma que en el siglo XXI nos hemos convertido en esclavos?

Me alegro que hayas intentado hacer una pregunta inteligente pero lo que os hace esclavos es vuestra tecnología, impaciencia e incapacidad de responder a vuestras propias preguntas.

Ahí empezó la conferencia que volví a oir 6 veces más, hasta que me atreví a abordarlo para hablar con él.

Le había seguido por diferentes ciudades de Europa y decidí presentarme personalmente para poder preguntarle directamente por su sistema, sobre el que solo se dedicaba a exponerlo como una solución pero sin mostrarlo.

Me inventé una falsa personalidad de periodista para entrevistarle. Le pregunté directamente en que consistía su método y me pilló en renuncio a la primera, devolviéndome la pregunta: “después de asistir a mis últimas 7 conferencias, usted, ya conoce la respuesta ¿No?”

La gran ventaja de los nanobíos era que el ser humano había pasado a ser un superhombre gracias al desarrollo de sus sentidos exponencialmente. Podíamos oír mejor, ver mejor, éramos más rápidos, más fuertes, más flexibles, podíamos regular nuestra temperatura, el color de nuestra piel y muchas otras sofisticadas maneras de transformar el cuerpo humano.

Y su respuesta a este avance era volver a la prehistoria y eliminar toda la tecnología de nuestras vidas. Eso era un sin sentido, le contesté.

Según él, el espíritu fantasma era una enfermedad del alma y nunca podríamos eliminarla desde el tratamiento, solo del cuerpo.

Traté defenderme, argumentando que con la nanobiotecnología habíamos conseguido aumentar la esperanza de vida a los 120 años y todavía no se conocía su potencial.

Una sonora carcajada me dejó temblando y acto seguido me contestó:

–       “ ¿A lo qué usted hace, le llama vivir? “-

Viendo la palidez de mi cara y ante una inminente recaída, me puso una mano en un hombro, después suavemente me abrazó y después de un eterno minuto de visiones y sensaciones totalmente desconocidas para mi, me invitó a tomar un té.

Puedo afirmar que fue un minuto porque lo que para mi fue una eternidad el me explicó que no fue más que un minuto fuera del tiempo.

En aquel entonces, no lo entendí pero hoy es el día, que ya el tiempo fuera del tiempo forma parte de mi.

En mi primera charla con él me explicó que él no tenía ni siquiera el programa básico de nanobíos implantado y por ello podía decir lo que decía con toda certeza. Yo no lo creí, aunque no se lo dije. El programa básico era obligatorio para toda la población desde el nacimiento y además era imposible tal como yo había visto  en sus conferencias, que oyera hasta los más leves susurros de la gente que yo solo podía oír gracias a mis implantes.

Cuando asistía a sus conferencias gracias a la alta tecnología que tenía en mi cuerpo podía reconocer a los de mi mismo rango o superior, que eran casi siempre muy pocos o ninguno, quitando a los policías secretas que siempre estaban presentes en sus conferencias.

Al terminar el té, me hizo una pregunta: ¿De verdad quieres aprender?

Yo le contesté que sí, aunque no tenía claro donde me estaba metiendo y aunque seguramente él supo de mi duda, me admitió la respuesta como verdadera y ese final, dio paso a 2 años de conversaciones y practicas que me condujeron 10 años después a este lugar en que me encuentro.

En el segundo encuentro con el fin de captar mi sincera atención me explicó que el venía de la época en que el ser humano parecía que estaba evolucionando en una nueva dirección más espiritual, de mayor conciencia y comenzaron a parecer todo tipo de técnicas a cada cual más extraña, que prometían la iluminación y con ello una salud admirable y poderosa. Todos hablaban del amor, de la conciencia, del absoluto, de dios, del tao, del prana, de los ancestros, de la unidad, del vacío, del infinito, de la rendición, de la aceptación y yo que sé cuantas más palabras convertidas por el ego humano en transcendentales. Todos aprendían a sanarse y querían sanar a los demás. Todos querían ser sanadores, nadie quería vivir. Nadie quería ser panadero, agricultor, electricista. Aprendían una técnica en un fin de semana, en un mes, en un año y ya estaban dispuestos a difundir la buena nueva.

En eso estaban cuando los gobiernos y las farmaceuticas implantaron la vacuna universal. Los nanobíos. La salud y el superhombre. Todos aquellos que supuestamente tenían la solución a los problemas del hombre abandonaron su práctica y abrazaron la nueva religión: el cuerpo como alma inmortal. Todos decidieron posponer el encuentro con su alma al momento de su muerte y cuanto más tarde mejor.

–       “ Yo seguí practicando “ – me dijo.

Eso fue hace 200 años le contesté, no podría estar vivo. Se encogió de hombros y sonrió.

A pesar del desconcierto seguí viéndolo y comencé a practicar con él. Primero me hizo ver sin ver. Tuve que eliminar los nanobíos que tenía implantados para mejorar la visión. Descubrí un nuevo mundo. La textura del aire cambió y lo traslucido y lo opaco cobraron otro cariz.

Después me enseño a tocar sin tocar y las densidades se multiplicaron a pesar de haber eliminado los nanobios del tacto.

Después me enseño a sentir sin sentir. La música apareció en mi vida. Las infinitas vibraciones de todo cuanto me rodeaba me descubrieron un universo infinito que cada día, cada hora, cada minuto, cada segundo, cambiaba y mi atención se simplificaba a la idea de lleno y vacío, equilibrando mi percepción sobre lo relativo de lo que es bueno y lo que es malo. Lo qué ahora podía estar vacío acto seguido podía estar lleno.

Después me enseño a hablar sin hablar o más bien a escuchar y compartir el espacio que nos envuelve.

Y justo antes de irse me enseñó el camino que debía seguir para  a vivir en el tiempo fuera del tiempo.

A lo largo de esos 2 años, muchas veces, le seguí al final del día, hasta que descubrí donde vivía. Nunca me invitó a su casa y hasta que no sé fue por primera vez, creí que se debía a que vivía en una mansión destartalada por el paso del tiempo y quizás se avergonzaba de ello.  Desde fuera parecía deshabitada y de hecho un cartel de “se vende” colgaba en una ventana. Era una mansión entre mansiones en mitad de un paseo, en mitad de la ciudad, frente al río. El jardín estaba abandonado sin embargo mantenía una cierta armonía a pesar de que nunca ví a nadie cuidarlo.

Al final de esos dos años, los últimos tres meses faltó a su cita mensual y decidí ir a su casa. No pude ver ningún indicio de vida ni de movimiento y me atreví a empujar la verja de entrada. Toque en la puerta y ante la ausencia de respuesta. Empujé. Se abrió y entré.

La casa estaba vacía. Vacía en todos los sentidos. Solo quedaban en pie los cuatro muros, formando un patio interior como si fuera el claustro de un monasterio. Había vegetación desordenada pero al igual que el jardín se mantenía ordenada como si alguien la cuidara, sin embargo estaba claro que allí no se podía vivir.

A los tres meses volvió a aparecer al café para despedirse según dijo. Se le había olvidado.

 

Yo no entendía que quería decir con despedirse y si se iba qué sucedería con mi aprendizaje.

 

Según su manera de ver, no había nada que aprender. En su día me preguntó si yo de verdad quería aprender, para poder motivarme a deshacerme de toda la tecnología que tenía en el cuerpo.

 

Lo que me había mostrado no eran más que trucos y consecuencias de la práctica de ser. Para vivir, para ser no son imprescindibles y antes de despedirse me dio un último consejo:

 

Todos los días siéntate en silencio correctamente como te he mostrado. Te ayudará. Sin embargo lo más importante es que camines en silencio, que escuches en silencio, que mires en silencio, qué sientas en silencio y qué cuando tengas que hablar lo hagas en silencio.

 

No me conformé con este consejo y cuando se fue lo seguí hasta la casa y cuando él entró, también le seguí en silencio y para mi sorpresa él no estaba. No habían transcurrido más que unos segundos y entonces pensé que el truco estaría en que entraba por una puerta y salía por la otra, sin embargo solo había una entrada y una salida. Busque y rebusque por todo el interior algún tipo de salida, escondrijo o pasadizo, pero no encontré nada. Al final me senté y durante unos breves segundos sentí y supe que el estaba allí. Sonreí, salude y al día siguiente dejé mi trabajo para dar conferencias por todo el mundo sobre: :  “El espíritu fantasma: el esclavismo del siglo XXI”

 

Hoy 10 años después comienzo a comprender sus palabras, su vida en esta vida. Todos los días al anochecer entro en su casa que se ha convertido en mi casa, en el tiempo fuera del tiempo. A veces volvemos a hablar.