El día iba declinándose hacia el horizonte. El sol con la tarea cumplida iba retirándose poco a poco, arropando a sus retoños, envolviéndolos en una última caricia.
Todos en la playa aprovechaban la dulzura del sol antes de traspasar el horizonte y lo miraban directamente. En sus pupilas dos soles alimentando cada célula de vida.
Siendo un niño la curiosidad me pudo y al girarme hacia atrás vi a un hombre más allá de las dunas que miraba en dirección contraria a todos los demás.
Me acerque, vi que no miraba nada y no pude más que preguntar:
– Señor. ¿Qué hace? –
Se giro. Me miro suavemente. En sus ojos se reflejaron los dos soles y me contesto:
– No hago nada.
– Y ¿Por qué no hace nada? Podría mirar el sol. Todo el mundo lo hace.
– Sí, podría, pero ahora estoy creando.
– Pero si no hace nada, no puede crear algo.
– Si estoy mirando algo no puedo crear nada que exista ya. No hacer nada es un regalo a la creatividad más sincera. A mi entender, hay dos maneras de crear. Desde el exterior y desde el interior. Siendo como soy escritor. Aquí y ahora desde la nada, desde la no acción, la curiosidad de un niño ha creado estas líneas, esta historia sobre una máxima taoísta: la grandeza de “la acción en la no acción”. La belleza de la espontaneidad, la infinitud de la creación. La vida en constante movimiento, en constante cambio.
Me alejé. Sin hacer nada vi a mis padres acercarse, sonriendo, repletos de luz, de sol. Eran mis particulares guardianes de la noche que relevaban al sol, en mi camino.
Hacia casa, experimenté en todo momento la curiosidad de no hacer nada en constante creación. Que emoción cuando cerré los ojos para dormir.
Extracto de «Encuentros»
Bakthe