Txomin cerró los ojos y disfrutó de la tibieza del sol en su cara. A sus pies un mar de nubes tan espeso que invitaba a
pasear sobre él. El sol hacia ya una hora que se elevaba por encima y Txomin tuvo que recordarse que últimamente , a sus 92 años siempre perdía el reto que hacía al sol cuando dormía en el valle. Los tiempos en que ganaba la carrera y sentado sobre el mar de nubes, esperaba hasta ver salir los primeros rayos que iluminaban las Malloas, ya eran historia. Lo mismo que su oficio. Txomin era el último pastor del valle de Araitz. Ese valle que ahora seguramente despertaba inquieto allá abajo. Para Txomin despertar con el sol y subir por encima de las nubes era importa
nte. Esos días, el valle desparecía de la vista, y el silencio de las montañas de Aralar que sobresalían sobre las nu
bes como castillos de piedra y bosque, le transportaban al principio de los tiempos cuando todo lo que tiene nombre, existe.
Los jóvenes habían perdido el
don de ver y hablar con los ancianos.
A veces, algunos jóvenes escuchaban atentos las historias que Txomin contaba sobre Basajaun pero cuando les proponía ir a visitarlo, todos le trataban de viejo supersticioso que todavía creía en cuento
s mitológicos.
Una vez un joven le acompaño hasta el viejo roble de 400 años donde habita basajaun y pasaron un semana entera a su alrededor con sus ovejas, mientras hubo pasto. Txomin por las noches trataba de e
xplicar al joven los mensajes que Basajaun le daba durante el día pero el joven era incapaz de ver o de sentir el espíritu del viejo roble. El último Basajaun del valle.
Txomin, apoyada su espalda contra el roble, recibía con claridad sus mensajes sobre lo que es justo y lo que es desproporcionado.
El invierno llegaba con retraso. El viejo Basajaun era el único que lo sabía y por ello mantenía sus hojas verdes mientras los de
más árboles hacia tiempo que se habían desprendido de ellas.
Algo va mal, le dijo Txomin al joven. Basajaun nunca antes había estado tan cargado de bellotas. Muchos van a morir. Creo que es viene una guerra.
El joven después de unos días volvió al valle, pensando que Txomin se hacía mayor y que estaba cada vez peor.
Y Txomin anduvo preocupado durante muchos días, porque sabía que Basajaun nuca se equivocaba y la muerte acechaba.
Por suerte, fue cuando bajó al valle, a por algunos alimentos, cuando entendió. No era una guerra de hombres lo que se avecinaba sino el genocidio de una especie. Los árboles muertos apilados en los bordes de las carreteras. Cementerios de almas, Los madereros estaban talando sin medida e indiscriminadamente. Vaciando el valle de su mayor preciado tesoro. El pulmón y el agua del valle camino de convertirs
e en un desierto de zarzas y espinos.
Por eso, estaba Txomin esa mañana sobre el mar de nubes dejando su oficio de pastor para plantar todas las bellotas que había podido atesorar.
Había tratado de explicar a
los demás el mensaje de Basajaun pero nadie le había querido hacer caso. Nadie entendía que para que el último de los ancestros no abandonara el valle, la reforestación era imprescindible.
Que para que la abundancia de la vida siguiera habitando el valle, la regeneración de lo perdido era el único camino.
De seguir así, en dos generaciones más, todo podría estar perdido, le había dicho Basajaun y Basajaun nunca, desde el inicio de los tiempos se ha equivocado.