Respiramos el aire. Intangible. Nos envuelve en su manto que llena el infinito invisible cuando permanece inmóvil y silencioso en su totalidad.
Nos zarandea el aire, cuando en movimiento se convierte en viento y limpia las superficies, penetra en todos los espacios y transporta las semillas, convirtiéndose en aliento de vida cuando respiramos.
Nos alimenta el aire, cuando en movimiento, se convierte en el leve susurro de la respiración.
Inspiramos y damos gracias a ese nuevo aliento de vida que me acompaña en un nuevo paso, en una nueva expresión de mi cuerpo.
Expiramos y soltamos al viejo aliento usado que se funde con el infinito, para abrirnos a una nueva inspiración a un nuevo paso, a una nueva expresión.
Ciclo tras ciclo, en la conciencia del movimiento, ya como un susurro, ya como el brinco de un estornudo, dejo que mi cuerpo y mi mente se hagan permeables al absoluto.
En la quietud observo el movimiento, en el movimiento observo la quietud.
El aire que me rodea, el aire que me penetra.
El aire que lo envuelve todo, el aire que lo llena todo.
Mi cuerpo al otro lado de la materia, mi cuerpo de tierra jugando por el filo entre lo etéreo y lo denso.
Mi cuerpo bailando en el aire, por el aire y con el aire.