Era un invierno que no era invierno. Había llegado diciembre y aún no había nevado.
La luna estaba preocupada y por eso preguntó al sol:
– ¿Por qué calientas tanto este invierno?
– Por qué la tierra me ha dicho que los hombres le están haciendo mucho daño y tiene frio.
– Sin nieve no podré enviar los buenos deseos de año nuevo a mis amigos, los niños que sueñan.
– No te preocupes, para cuando estés en luna nueva, viene una tormenta y podrás enviar los deseos.
Llegó la tormenta y la luna envió en lagrimas de plata los deseos para que pudieran bajar a la tierra sobre estrellados copos de nieve.
Pero sucedió que ese mismo día llegó un viento malhumorado y gruñón y comenzó a discutir con la tormenta.
Truenos, relámpagos, ráfagas de viento y torbellinos por el cielo arrastraban y subían y bajaban a los copos de nieve, que no podían volar hacia la dirección que ellos querían.
La luna pidió ayuda al sol. Sus deseos se iban a perder en la tormenta.
El sol que siempre tenía ideas brillantes, le dijo que no se preocupara. Que se diera la vuelta para que la luna nueva se convirtiera en luna llena. Una luna de plata que reflejara el sol y con su fuerza pudiera traspasar las nubes.
Se hizo un claro de nubes y la tormenta se suavizó. Los rayos del sol pudieron llegar hasta las lagrimas de plata que viajaban en los copos de nieve y estos pudieron volar hacia sus destinos cayendo suavemente en el silencio de la noche para que por la mañana los niños pudieran encontrar y jugar con sus deseos entre muñecos , trineos y bolas de nieve.