Tao

El castillo de lapices de colores

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En el castillo lápices de colores vivía la más anciana del universo  Coloreado. Se llamaba Pigmenta arcoíris, aunque todo el mundo la llamaba Iris por sus ojos multicolor iridiscentes.

Ella era la creadora de las más bellas obras de arte del planeta Cromado. Obras como los 5 continentes; el puente arcoíris ambulante; los 2 soles de día y noche;  los 3 océanos: amarillo, azul y rojo, el bosque de las 4 estaciones y el propio castillo de lápices de colores que con el tiempo se convirtió en la universidad blanca. Donde jóvenes de todo el planeta, estudiaban para crear y colorear pequeños mundos en la imaginación de los que caían enfermos, enredados en las sombras oscuras del blanco y negro, que el rey Tizón de fuego trataba de imponer a todo el planeta.

La anciana Iris vivía en lo más alto de la torre en el castillo lápices de colores y hacia cientos de años que no salía de allí.

Ella tenía el don de la teletransportación y desde que descubrió que había otros universos, pasaba poco tiempo en el planeta que la vio nacer.

Hacia mucho tiempo tuvo la suerte de encontrarse con el creador de mundos, cuando estaba creando un pigmento universal que contuviera todos los colores en uno y desde entonces procuraba pasar el mayor tiempo posible siguiendo la pista del creador de mundos. Para conocerlo mejor viajaba constantemente de un mundo a otro: de musicosmos, a danzacosmos, a cosmopalabra, a cosmoforma y sin poder parar maravillada con la creación.

En el planeta cromado corrían tiempos difíciles. El rey Tizón era cada vez más fuerte y sus máquinas humeantes iban oscureciendo el planeta envolviéndolo en una nube gris, que amenazaba con eliminar el color.

En la universidad, trabajaban sin descanso para crear paisajes de colores, pueblos de colores, personas de colores, animales de colores, pero nadie había capaz de crear algo nuevo que pudiera combatir al blanco y negro del rey Tizón de fuego. Todo lo convertía en cenizas o lo envolvía con una gruesa capa de hollín, carbón y humo, que apagaba cualquier color que quisiera destacar.

Esa era la excusa del rey Tizón. En su opinión todos debían ser iguales y como él, era negro como el carbón consideraba a los colores presumidos y presuntuosos siempre queriendo ser mejor que los demás.

Cuando el rey envió a su hijo carboncillo a la universidad todos se rieron de su pequeño vástago y le ignoraron por aburrido. Nadie creyó que carboncillo pudiera crear nada bello solamente con el  color negro característico de su familia.

El rey se enfadó mucho y mandó llamar a su hijo dispuesto a quemar la universidad, pero su hijo no quiso volver a casa. Se había enamorado del castillo, de sus murales, sus grafitis, sus laberínticas escaleras nómadas, que nunca sabias a donde te llevaban, sus burbujas  ascensores que te atrapaban al mínimo descuido,  sus ventanas de pasajes de cine,  sus puertas a salones, salas, dormitorios, cocinas y baños siempre transformados y habitados por todo un universo de artistas, que reían y creaban sin parar.

Al principio, cuando todos le ignoraban, él  paseaba y observaba maravillándose a cada paso y no le importaban los cuchicheos. Había tantas cosas para aprender.

Después de la amenaza del rey, algunos pasaron a odiarlo y otros a temerlo, pero como sabían que mientras el estuviese en el castillo, el rey no haría nada malo, nadie se reía de él, pero tampoco, nadie hablaba con él.

A carboncillo eso no le preocupaba, así podía andar por el castillo a sus anchas. Observando las obras de arte que le rodeaban aprendió a dibujar sus sentimientos, sus emociones, sus pensamientos, que a diferencia del trazado de sus dibujos, eran en colores.

Todos los días el archivero mayor subía a lo más alto de la torre para ver si la anciana iris había vuelto de sus viajes, pero la puerta de su estudio siempre  estaba  cerrada. Hacia años que la anciana no salía y todos comenzaban a pensar que quizás había muerto. Nunca antes había estado tanto tiempo fuera, con la puerta cerrada.

La verdad es que ella solo volvía de sus viajes cuando un nuevo artista se graduaba con la culminación de su primera obra artística, pero atareados como estaban dando color a lo que el rey Tizón oscurecía, nadie tenía tiempo para crear obras de arte.

Por eso aquel día de la primavera esmeralda del año 42.720 de la era Pigmenta, el archivero decidió gastar sus últimas fuerzas en un concurso de arte colorado.

Todos los pinceles, ceras, acuarelas, rotuladores, tintes, y enfín, todo aquel que soñara en color debía presentarse al concurso. El tema a desarrollar era la anciana madre de aquella universidad: Pigmenta Arcoiris.

El archivero tenía la esperanza de que un concurso así, traspasara las fronteras del universo colorado y llegase a los oídos de Iris.

No contaba con los oscuros pensamientos del rey Tizón, que puso toda su maquinaria de guerra en acción. Envolvió el planeta cromado en una oscura nube que impedía salir cualquier mensaje de color.

Llegó el día del concurso. El castillo de lápices de colores era el único lugar en el planeta Cromado que tenía color. El rey Tizón esperaba el veredicto para terminar su conquista. Esperaba que la obra de su hijo fuera la ganadora y si tenían la osadía de dárselo a otro, lo quemaría todo y por fin, todo el planeta sería negro con sombras grises, ya que en la guerra de tantos años, la luz del sol ya no podía traspasar las oscuras  nubes y el blanco había desaparecido también.

Los jóvenes artistas estaban expectantes, tenían la esperanza de que su obra trajera de vuelta a la anciana iris. La única capaz de vencer al rey Tizón.

El primero en presentar su obra fue un pincel de pelo de marta finísimo que había utilizado 10.356 líneas de colores para tratar de imitar los ojos arcoíris de la anciana. Le siguió un joven tinte amante de la abstracción, que había chapoteado bailando entre pigmentos diluidos en escamas de peces arcoíris. Simbolizando la mirada iridiscente de la anciana.

Luego un moderno grafitero, presentó el tren arcoíris de la vida que contaba la historia de las maravillas logradas por la anciana.

La lista de las obras fue tan larga como el día y si bien todas fueron maravillosas, ninguna poseía la vida de las grandes obras de los maestros colorados, cuya última representante era  Pigmenta Arcoiris.

Por último, carboncillo subió al escenario y presentó su obra. Un punto negro sobre un fondo blanco.

Los presentes habían perdido la esperanza de que la anciana apareciese y esto les enfureció mucho. Ya resignados a perder la libertad  creativa, abuchearon, pitaron e insultaron a carboncillo. Si no hubiese estado la guardia personal del rey Tizón, probablemente   lo hubieran apaleado.

Los nervios estaban muy alterados y nadie sabía como podía terminar aquello cuando una fina luz plateada descendió y recorrió todo el salón de actos haciendo callar a todo el mundo. Era una estrella que se había colado por los conductos del aire y cuando se posó en el escenario, resplandeció y tras de sí, presentó a una anciana Iris de lo más jovial y contenta.

Hola a todos, perdón por llegar tarde, fueron sus primeras palabras. Y les contó que estaba en musicosmos escuchando un concierto cuando le enseñaron aquella obra maestra que parecía ser parte de un concurso en su honor.

Desde luego no se lo podía perder, pero tampoco podía salir en mitad del concierto sin faltar al respeto a sus nuevos amigos de musicosmos. El concierto duró tres días. En musicosmos el tiempo no existía cuando sonaba la música.

En cuanto terminó se teletransportó hasta casa y por lo que veía había llegado justo a tiempo para contemplar aquella obra maestra. El punto negro.

El público no entendía nada, aquello era la obra de un traidor, de un asesino del color, al servicio de su padre.  ¿Cómo podía la anciana llamar obra maestra a aquel horror?

Por favor, me encantaría ver terminada la obra, le dijo Iris a carboncillo. Este sonrió y concentró toda su voluntad en aquel punto negro que ante la mirada atónita del público prendió fuego en una minúscula llama roja que enseguida se convirtió en azul y luego verde y seguida por el amarillo, el naranja, el violeta, el ambar, el celeste y todos los colores imaginables, que al impregnar el aire, mostraron el vivo retrato del ojo derecho de la anciana.

Una imagen que a semejanza de unos fuegos artificiales quedó en la memoria de todos los presentes durante el fugaz instante en que la obra se quemó y desapareció del aire.

Nadie podía imaginar que un carboncillo negro pudiera crear todos los colores del universo y el que menos podía imaginarlo, era el rey Tizón, que recordó porque su apellido era Fuego y recordó el planeta cuando en las hogueras donde vivían los Tizones, ellos eran los que contaban las historias de colores de los tiempos antiguos. Recordó las risas y  la ley antigua del renacer:  “morir para vivir y vivir para morir”.

Volvió a su palacio de carbón y diamantes. Apagó sus maquinas de guerra y la luz y el color volvieron al planeta Cromado.