Tao

Ttinbilin Ttanbalan

Aunque las horas del día eran más cortas en invierno, el día se le había hecho interminable. Sentado frente al fuego bajo, Asier rumiaba una y otra vez como pedir permiso a su madre.

Miraba al fuego y adelantaba las manos queriendo acelerar el efecto del calor en su corazón. Un corazón que se había encogido durante el día trabajando en el bosque, recogiendo leña.

El invierno estaba siendo especialmente largo y las reservas de leña del otoño se habían agotado.

Recoger leña se había convertido en la tarea de todos los días para Asier. Hasta que el frío no cesara y no fuera necesario recogerla, Asier no tendría permiso para cruzar el río. No había puente en invierno con las aguas bajando rápidas y frías desde las cumbres heladas de las Malloas.

Cuando el fuego le hizo recuperar el habla y el calor de los pensamientos, dirigió su mirada a las cadenas de las que colgaba la olla. Las cadenas conocían las palabras exactas para hablar. Ellas conocían todos los secretos.

Todas las palabras dichas desde la memoria de los vascos, habían sido dichas en la cocina, al calor del fuego bajo y las cadenas además de sostener el alimento las guardaban en su memoria.

¿ Cómo explicar a su madre que había conocido a los Mikele Galtzagorri? y le habían enseñado una canción para construir puentes de piedra.

Asier solo tenía 10 años. Nadie le creería capaz de construir un puente.

Todos los inviernos eran iguales para Asier. Siempre esperando que las nieves de las Malloas desaparecieran. Que la marca del roble apareciera sobre el nivel del agua.

Solo entonces su madre le daba permiso para cruzar el río e ir a visitar a su amiga Amaia.

Amaia fue la primera que le habló de Mari, de Basajaun, de los gentiles, de las Lamias y demás habitantes del bosque escondido a los ojos de los que viven con miedo.

Amaia le enseñaba a escuchar y a ver el bosque, pero Asier nunca había visto nunca a ninguno de esos habitantes invisibles sobre los que hablaban tan a menudo los adultos al calor del fuego bajo de la cocina.

Más que nunca deseaba cruzar el río para contar a Amaia su encuentro. Fue entonces cuando su madre habló antes que él. En primavera se iría a vivir con su tío el cantero a Iruña para aprender el oficio.

10 años más tarde, Asier volvió a los bosques de Araitz. Aquella primavera no pudo despedirse de  Amaia y ahora en su mente solo había dos pensamientos. ¿Todavía viviría Amaia en el valle? ¿Todavía estarían allí los Galtzagorris?

Durante años, Asier había cantado la canción de los Galtzagorris mientras tallaba la piedra y para sorpresa de su tío, lo que otros tardaban en aprender casi toda una vida, él lo había aprendido en 10 años.

Por las noches, Asier se dormía con la canción en la lengua y por la mañana las respuestas del oficio estaban claras en su mente. Por eso, cuando se puso a cantar en el bosque, no se sorprendió cuando los Galtzagorris salieron a la luz y las sombras del bosque para saludarle y cantar con él.

Con su ayuda retomaría la idea original. Construiría el primer puente de Araitz. Se dirigió hacía el río, en busca del lugar exacto y ese día se convirtió en doblemente extraordinario.

En el punto exacto donde los Galtzagorris le indicaban debía construir el puente, se encontraba una lamia peinando sus dorados cabellos con un peine de oro.

Ella le sonrió, – te esperaba – le dijo y dejó su peine de oro sobre una roca. Se sumergió en el agua y desapareció.

Ya de noche, Asier llegó a casa de sus padres. Ahora que la casa  Zubiargiña había recuperado el oficio de canteros constructores de puentes que le dio su nombre y que al morir el padre se había perdido, habló a la familia de sus intenciones y seguidamente preguntó por Amaia. No mencionó ni a los Galtzagorris, ni a la lamía.

El padre de Amaia se había convertido en el jauntxo del valle, de todo el goierri bajo las Malloas y no vería  con buenos ojos un puente que diese paso a los de Gorriti, al otro lado del río, que dispondrían de un acceso fácil a las Malloas.

Le convenían las fronteras naturales para mantener su poder frente a los otros jauntxos.

Amaia era la moza más perseguida por todos los jóvenes, pero ella apenas se dejaba ver y las malas lenguas la juzgaban de bruja. Ahora vivían a este lado del valle, pero en lo más alto de Gaintza, escondidos en el bosque.

Al día siguiente, Asier colgó todas sus herramientas de cantero en las ramas de un roble próximo al río. Comenzó a hacer la música que los Galtzagorris le indicaban. Con un martillo en cada mano iba golpeando la herramienta y sacando las notas. A lo largo del ese día y los siguientes se fueron acercando los curiosos.

Asier dejó que los curiosos eligieran sus notas y les explicó que herramienta era suya por naturaleza. Cuando hubo convencido a los necesarios, comenzó la construcción.

Asier no pidió permiso y las tareas se hicieron al ritmo del ttinbilin ttanbalan de la canción que los galtzagorris cantaban para Asier:

donde poner la primera piedra que desviara el curso. El tamaño de los cimientos, el grosor de los pilares. El ángulo de los arcos. Todo se lo cantaban los Galtzagorris durante el sueño y durante el día Asier lo organizaba todo para que los demás picaran y colocaran las piedras siguiendo sus instrucciones.

Cuando el puente ya estaba construido hasta la mitad de de su extensión, apareció el jauntxo Aitor, el padre de Amaia. Acompañado de varios hombres armados y en tono amenazante preguntó desafiando a Asier: – ¿Quién va a pagar el impuesto por la construcción de este puente?

Asier se le acercó y le extendió el peine de oro que la lamía le había dado diciéndole: – Espero que esto sea pago suficiente.

Aitor con el rostro contrariado y desconcertado, cogió el peine con desaire y balbuceo un volvamos a casa que sus hombres no oyeron pero que al verle marchar, partieron con él.

Antes de desaparecer por el bosque Aitor se dio la vuelta y gritó: la mitad del puente que falta será de madera para que lo podamos destruir en caso de que nuestros enemigos quieran atacarnos. Dio media vuelta y se marchó soltando un grito de rabia.

Todo el mundo se sorprendió con la reacción de Aitor, ya que su fama de sanguinario hacia esperar lo peor cuando se le vio aparecer. Todos suspiraron aliviados cuando se fue.

Para no entrar en lucha, Asier decidió que la mitad del puente sería de madera pero no los cimientos. Ninguna corriente fuerte  de agua del invierno, destruiría el puente.

La construcción del puente siguió al ritmo del ttinbilin ttanbalan hasta su finalización.

Llegó el día de la inaguración. Asier estaba nervioso. Había grabado en una piedra el nobre de Amaia y esperaba que ella apareciera ese día, ya que en los meses durante la construcción a pesar de haber frecuentado los lugares donde jugaban de niños, no había conseguido verla y debido al carácter de su padre no se había atrevido a visitarla. No al menos hasta terminar el puente.

Se había organizado una fiesta especial pero antes un carro tirado por 6 bueyes debería confirmar la consistencia del puente.

Asier esperaba impaciente en un lado la llegada de los bueyes pero estos no se movían. había una persona que impedía el paso. Asier cruzó el puente y distinguió a la persona que cerraba el paso a los bueyes. Era la lamía del río. Parecía estar grabando algo en la roca, en un contrafuerte, al comienzo del puente. Cuando Asier llegó hasta ella, justo terminó la canción del ttinbilin ttanbalan y el grabado en la roca.

Amaia le sonrió y le dijo: – creo que esto es tuyo – y le devolvió el peine de oro que su padre había reconocido y que por no contrariar a su hija había aceptado como pago.

En la roca grabada se podía leer:

“Asiera eta Amaiera tartian zubiyak eraikitzen”

Los bueyes cruzaron el puente y una nueva comenzó en Beterri, en el valle de Araitz.