Tao

Amor

Una sonrisa. Eso es lo que recuerdo de ella.

Caminando hacia casa. Una sonrisa radiante te recibía a metros de distancia, en cuanto te reconocía.
En bici. Adelantándola como una exhalación, el adiós pasado por el viento al mirar hacia atrás, se había convertido en sonrisa.
En coche, tras los difusos reflejos de los cristales su sonrisa te acompañaba hasta 1 kilómetro después de haber pasado junto a ella.

Era una vibración su sonrisa contagiosa. Era una invitación al AMOR.
La alegría de su presencia iba de casa al colegio. Del colegio al trabajo y del trabajo al mundo.

Llego a su casa el atracador y su sonrisa lo recibió. La paliza fue brutal.
Llevo a sus hijos al colegio y la marginación xenófoba se los devolvió a casa entre lágrimas y terror.
Fue al trabajo y la explotación la exprimió hasta consumirla.

En aquel geriátrico, escuchando a su mejor amiga, el relato de la vida de aquella anciana sonriente que convalecía en la cama de al lado, no pude menos que preguntar: Y ¿Cómo puede seguir sonriendo?
– Eso mismo le pregunte yo un día. – me contesto su amiga.
– Y ¿Qué respondió?
– El mundo está repleto de ignorantes.