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Sin mente el cuerpo no existe y sin cuerpo la mente no se manifiesta. Tanto la mente como el cuerpo son manifestaciones del espíritu.

Desde la idea meditativa de rendición, de aceptación: cuerpo y mente desparecen para dar paso al espíritu.

Desde la idea de la acción a través de la no acción, sin expectativas, ni deseos: cuando cuerpo y mente funcionan como uno solo, sus acciones se expresan desde el espíritu. En la acción nos convertimos en canales y manifestación del espíritu.

La diferencia sería qué en la quietud nos fundimos en el espíritu (vacío) y en el movimiento nos conectamos con el espíritu (vacío) y desde ahí, conectados, realizamos cualquier acción.

En la práctica, si finalmente la idea principal es que cuerpo y mente funcionen unificados, la importancia es relativa.

La unión de cuerpo y mente hacen posible la transcendencia hacia el espíritu. La posibilidad de que realmente vivamos desde el corazón, como manifestación y expresión de nuestra verdadera esencia.

Por esto, cuando se da prioridad a la práctica corporal, llega un momento en que los límtes de la materia, como algo finito, algo que acaba muriendo, hace qué para la transcendencia, la unión con la mente sea imprescindible.

Cuando se da prioridad a la mente, llega un momento en que para distinguir entre lo imaginado y lo que está sucediendo en este cuerpo mente en el que habitamos, se hace imprescindible testar mediante algo tangible, algo que suceda en el cuerpo.

 

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